Empezar a escribir sobre la procesión ricotera, que en esta ocasión se trasladaba a más 200 km de Cap. Federal es una empresa díficil, por el sencillo motivo de que uno, al querer abarcar la experiencia completa, no encuentre la punta del ovillo para empezar a desatarlo.
Sin perjuicio de esto, para este crónista la vigilia empezó unos días antes, pero el verdadero estusiasmo, la ansiedad, las ganas, y el goce mismo, arrancaron temprano en la mañana nublada del sábado porteño. Una ruta que se suponía imposible de antemano y el suceso fatídico en Jauregüi (donde un micro que llevaba a las Inferiores de Barracas Central a disputar sus correspondientes encuentros con Flandria, chocó contra un camión y seis autos en cadena, con el desenlace fatal para 3 chicos) obligaba a buscar la alternativa correcta. El camino elegido para continuar viaje sería la Ruta 5 (pasando por Lujan y Chacabuco) hasta volver a empalmar con la 7 a 60 Km de la cita. Las primeras horas transcurrieron entre risas y discografía completa de Patricio Rey, más alguna parada técnica. Cuando finalmente encaramos el último tramo, el panórama cambiaba: decenas, centenas, miles de autos, micros y motos con insignia referencial empezaban a tornar más complicada la llegada, pero embelleciendo el paisaje a la vez (sobraron asados al costado de la ruta). Tras las dos horas que demoramos en completar el arribo al predio donde se encuentra el Autódromo Marcilla, dejamos el vehículo a metros de la entrada y se daba comienzo a la procesión.
Más allá del cansancio acumulado en las 8 horas que duró la travesía, el ánimo estaba por las nubes y la ilusión rozaba el éxtasis: miles y miles de chicos, jóvenes, personas mayores, de todos los estratos sociales, con sus remeras, sus trapos, sus cantitos, seguían colmando el aire de un solo color: lamentablemente, acceder al escenerio depararía un trayecto de 10 Km a pie, que desafiaban a la aventura.Todo esto, sumado a la poca luz y la elección de caminos alternativos, lo cual tornaba más épico, iban generando un micro clima inigualable. A las 21 hs todo estaba presto para el comienzo, pero Carlos Solari tardaría 60 minutos más en transformarse en ese alter-ego real llamado "el Indio" y reiniciar el idilio.
A las 22 hs en punto y con Todos a los botes (del flamante Perfume de la Tempestad) arrancaba algo que llamarlo show, recital, evento, sería faltarle el respeto, por el simple motivo de que este suceso es superior (sin hablar de cualidades) a cualquiera que quién escribe haya vivido, por el simple hecho de que cualquier artista que deba hacer pasar a sus seguidores por semejante trajín para 120 minutos de rock, fracasaría tras el primer intento. La lista continuó con El tábano en la oreja, Ceremonia en la Tormenta y Porco Rex, ante el aliento de 120.000 almas respetuosas de la nueva carrera de Solari, pero que sin lugar a dudas, no era lo que fueron a buscar. Todo quedó evidenciado cuando empezó a sonar desde arriba Yo, Canibal, el momento en el cual el espíritu Patricio se apoderó de la masa y desató la locura, el delirio y hasta las lágrimas. Qué decir de las subsiguientes La hija del fletero y Mariposa pontiac/Rock del país, con contar que poco importaba la voz lastimada del Indio y el viento que atentaba contra un sonido nítido para esa multidud alcanza. Luego de esto, un set de golpes a la mandibula con Pabellón 7º, Tarea Fina y La murga de la virgencita presagiaba que las sensaciones por vivir aumentaban en profundidas, ante un público que crecía en intensidad. A continuación siguieron Martinis y tafiroles, Vino Mariani, Torito es nuestro, Nadie es perfecto/ñan fri fruli, To beef or not to beef, Black Russian, ¿Porqué será que no me quiere Dios?, Lobo caído y Cruz Diablo, para darle paso al primer intervalo y el tiempo a la gente de descansar ojos, gargantas, piernas y recuperar el aire, no solamente por lo que sucedía desde el escenario, sino por la poca previsión de mojar la tierra, ya que ante los saltos generalizados, se generó una cortina de tierra condensada, lo cual trajo problemas a más de un asistente.
Las sensaciones siguieron siendo encontradas, ya que más allá de los pocos baños químicos, la mala señalización del camino, la poca luz para el acceso y la tierra antes citada, nadie reparó (incluso quien escribe) en estos problemas en el mientras tanto, quizás porqué el fenomeno de revisitar parte importante de la contracultura argenta que abarca desde finales de los 70 a principios de los 2000, de vivir para los de corta edad la música que adornó (y complementa) adolescencia y juventud, y tener de cerca a uno de los últimos heroes populares interpretando sencillamente canciones, que por detrás conllevan un peso específico cada una, quizás por esos condimentos y el agregado de que la eximia ejecución de los Fundamentalistas del Aire Acondicionado lograban tornar sencillo el cerrar los ojos y soñarse en años pasados, tal vez en todo esto y en los himnos se encuentre el porqué. El tesoro de los inocentes tan sólo ofició de preludio para el vendabal que vendría: Vamos las bandas, Maldición va a ser un día hermoso y la cada día más bella Juguetes perdidos hicieron el resto. Faltaba un intervalo, para distraer con Flight 956 a lo que sigue siendo un hito propio de nuestras tieras, el pogo más grande del mundo: los casi 5 minutos que dura Jijiji logran algo jamás visto por estos ojos hasta el sábado; la conjunción perfecta de cuerpo y alma, el sentimiento de libertad, la hermandad respetuosa y alegre de 120.000 personas, la implosión devenida en explosión, la felicidad hecha canción.
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