El año pasado se editó un libro sobre la historia de un reducto indispensable dentro de la cultura rock de la Argentina. En él, se desarrollan crónicas de varios de los shows y bandas que pasaron por el estadio emblema de la Capital Federal (Almendra, Serú Giran, Riff, Sumo, Los Redondos, Soda Stereo, Ramones, etc) mientras el lugar continuaba cerrado por refacciones.
Por suerte, para que escribe, Obras volvió a abrir sus puertas, y que mejor debut para quién desarrolla estas líneas que ver el regreso de, a mi entender, una de las mejores bandas argentinas de la actualidad, Cielo Razzo, tras 5 años.
La excusa ideal era la presentación de Compost, disco editado a finales de 2010.
Con un marco digno de una fiesta (y copado por público rosarino, por el partido que disputó Central al mediodía en cancha de Huracan), poblado de camisetas auriazules como remeras de la banda por igual, a las 21.15 hs aparecieron Pablo Pino, Cristian Narvaez, Diego Almiron, Fernando Aime, Javier Robledo, Carlo Seminara y Marcelo Vizzarri para empezar a desandar un catarata de exitos, clásicos y temas nuevos que la agrupación supo conseguir. Con un público que empezó a corear desde el primer acorde, la potencia fue increcendo a través que las canciones se sucedían, al igual que la temperatura, acorde con un sábado más veraniego que primaveral.
Con una hermosa versión de Estrella arrancaba el show que se extendería por más de dos horas y 25 temas. A ésta la sucedió Tu fricción, Sin salida y Mamá, para los primeros saludos y la primer canción de su último disco, Monos. De esto a los primeros acordes de Otoño blanco, la efervescencia y el calor subían de la mano, mientras el conjunto de situaciones invitaba a sumarse a alguno de los pogos que se iban generando. Más tarde se dio una mix entre clásicos y temas nuevos con Desde la puerta, De caer (de Grietas), De ogro, Barek (corte del anterior disco), Conexión (corte del nuevo cd), Miradas (de Marea-2005), Murcielago y Chapa y bandera, uno de los momentos más emotivos de la noche, cuando la capacidad del estadio se encontraba totalmente colmada e incluso había gente que lo asomaba la ñata desde las bocas de acceso. Con una ejecución constante y precisa, algunos improvistos (como que Pino olvidara donde dejó su armónica) y un fuego incendiario que acaparaba los corazones de los presentes, sucedió lo esperado: el pedido de que el volumen general aumente para terminar de decorar el ambiente y entonces si: Medio corazón, Langosta, Pequeña caja, Resto (otra gran canción de los rosarinos), La Roca (puñalada directo al pecho), Perseguido, Serville y Luna.
Un pequeño quiebre para agotar gaseosas, agua y cualquier líquido que sirviera para hidratarse, mientras se cocinaban los bises para la estocada final: Luminoso, Alma en tregua, Carne 2, Que se yo y Quien baja la pata, para concretar dos horas y media de show y confirmar la buena salud de la obra y el reflejo de la misma en sus seguidores. Tras ya casi dos decadas de existencia, Cielo Razzo sigue demostrando que, tras un largo transitar, Buenos Aires sabe ya recibirlos con los brazos abiertos y que Obras bien podría convertirse en el patio de su casa, amén de las grandes presentaciones que han sabido brindar en este emblema de la música nacional. Al salir, esa grata sensación de que no fueron horas perdidas, sino más bien invertidas en pos de instantes de felicidad.
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